miércoles, 6 de junio de 2018

NO HAY NADA MÁS HERMOSO QUE ACARICIAR ALGO QUIETO

Foto: Denisse Van der Ploeg

No quiero dar demasiados detalles sobre la obra porque estaría rompiendo con la intimidad con la que esta propuesta envuelve al público. Ingresamos a una habitación single de hotel barato y viejo amoblada con lo imprescindible, muy fría pese a la enorme planta que intenta darle calidez .... Desplomado sobre la angosta cama, un hombre se relaja mirando un porno en el celular, con un gesto con el que podría estar haciéndose una selfie. En esa soledad estamos sumergidos también nosotros, los pocos espectadores que cabemos allí, tan inmersos en ella como el protagonista. Somos esa bendita "cuarta pared" en este caso de un modesto cuarto de hotel, seres y penas que alguna vez, siempre o casi siempre nos alojamos allí mismo y a la vez, audiencia. Seguimos atentamente desde una distancia ficticia, la brutalidad en la que las tragedias cotidianas sumergen a este hombre al que le estamos tan cerca que podríamos tocar y nos divierten sus pesares, sus impotencias, sus inseguridades, sus miedos, su "pusilanimiedad" desde la adicción  preferida de nuestra sociedad: el voyeurismo, (para la psicología, un trastorno de la salud mental). Y en este pozo que nunca se termina de cavar hay otra presencia, un otro y un otro yo. Una presencia, un ser primitivo, un aborígen que aparece de la nada, que modifica la luz con la que observamos, la debilita, la oculta o la enciende, que indaga y cuestiona sin que el hombre pueda encontrarlo porque esta presencia está por sobre todas las cosas dentro de él, es eso que surge cuando él menos lo espera y que habla inglés, un inglés con acento que lo ha despojado de sus raíces. La soledad es más soportable cuando la vemos en el cine o la leemos en una novela, no cuando a la noche se nos sienta a la mesa, y aquí, la tenemos frente a frente. Sin embargo, lo que es horrible en la realidad se puede disfrutar en el arte  con miedo y fascinación, desde Schubert hasta el tiempo perdido, pasando por Celan y por Silvia Plath.. El deseo más grande en una vida apresurada por medios, carencias y necesidades es tener tiempo para darse cuenta de que no sabés qué hacer con vos misme. Siempre que podemos, de alguna manera, ni siquiera pensamos. La mayoría de nosotres tememos realmente reflexionar sobre nuestra situación, porque sería como detener a un corredor de maratón en el medio de la carrera y decirle: '¡Alto!". Braian Koblan y su equipo lo hacen, nos detienen.

Foto: Denisse Van der Ploeg
Replicando la velocidad de nuestros días y la sordidez de nuestro entorno, este proyecto no te da respiro. Con la solidez de un excelente trabajo en equipo la propuesta te asalta como un puño crispado. Y precisamente es ese logrado trabajo en equipo que felizmente evita la siniestra valoración de un espacio bla bla o un vestuario "muy colorido", porque sería imposible separar en porciones algo que es un todo, indivisible, ¡bravo!. Sí, quiero destacar la interpretación de Federico Aimetta en manos del autor y director Braian Kobla, que crearon a ese hombre con la precisión de un relojero, capaz de inquirirnos al tiempo de por momentos espejarnos. Tan conmovedora como la propuesta, resulta encontrarse con esta obra sin veleidades y pretenciones, simplemente desde la honestidad artística de un grupo de creadores.

Actores: Federico Aimetta, Niem Nitai
Vestuario y diseño de locación: Sol Santacá
Diseño sonoro: Juan Francisco Raposeiras
Registro audiovisual: Pablo Jaime Eleno
Diseño gráfico: Denisse Van der Ploeg
Asistencia de dirección: Rafael Gigena
Dramaturgia y dirección: Braian Kobla

Las funciones tienen lugar los domingos a las 21hs. Las localidades se obtienen por reserva por inbox a la página de fb: https://www.facebook.com/Nohaynadamashermosoqueacariciaralgoquieto/ (la dirección del lugar se da una vez realizada la reserva.