miércoles, 2 de diciembre de 2020

El artista del hambre

 

El título de esta entrada cita a un cuento corto de Franz Kafka: “El artista del hambre”, que cuenta la decadencia y muerte de un artista de circo, ayunador profesional que fallece de hambre en una jaula. Una historia a través de la que Kafka habla de la inevitable caducidad de un "arte" y de la infructuosa perseverancia de un artista que se niega a perderse en el olvido. 



     Eugenio Ampudia, "Crisantemi" de Puccini en el Gran Teatre de Liceu. Barcelona


Aunque a veces es más fácil describir lo que una cosa no es, diría que las obras de teatro son capaces de recordarnos a los cuentos, en su complejidad a las novelas, en su lenguaje a la poesía y en su contenido político a los ensayos. Sin embargo, no se nos educa para que nos gusten y atrapen, es obvio que después de leer Fuenteovejuna a los 15 años, quedamos vacunados contra toda posibilidad. Los conflictos trágicos entonces se buscan masivamente en las novelas y no en las piezas teatrales. Afortunadamente, las obras de teatro existen más allá de libros y ediciones porque tienen algo extraordinario y fascinante y eso es que en realidad se escriben para ser habladas, oídas y vistas. Pero lo que me parece aún más extraordinario y fascinante, es que las obras de teatro posibilitan que el lenguaje colisione con el cuerpo de manera única. Necesitan de esa fuerza física y de esa resistencia sonora para cargar y generar su propia vida. Crecen en el proceso de creación y nunca se sabe lo que pasará cuando el texto se encuentre con el cuerpo,  la voz y el movimiento. Pero no todo es embeleso. El teatro contemporáneo enfrenta varias dificultades que la pandemia ha subrayado y esas dificultades no son el teatro contemporáneo en sí, sino las limitaciones tanto económicas como físicas que existen en nuestro país y orientan indirectamente las obras. Tampoco existe una crítica realmente especializada que contribuya a su difusión sin otro objetivo que la mera publicidad de la obra o del artista. Por otra parte, la “solidaridad” burguesa ejercida por “amigues” aplaudiendo cualquier cosa bajo el salvoconducto “pandemia”, iguala al espaldarazo con la patada y no colabora en mostrar la necesidad apremiante de que se nos considere valioses en la actual situación….Si hacemos memoria, casi todos los estrenos de teatro contemporáneo de los últimos diez años tuvieron lugar en los escenarios estatales más pequeños, y eso sin nombrar la enorme cantidad de espacios mínimos, sótanos u otras posibilidades al alcance de los grupos independientes,  la mayoría de ellos con condiciones técnicas más que elementales, sin olvidar que casi la totalidad de estas creaciones son financiadas a pulmón por esos grupos, porque aunque podríamos argumentar que la situación actual es desesperante, aquí nunca  ha sido diferente y encima, el paquete viene con un agravante adicional si la obra en cuestión está del lado “incorrecto” de la Gral. Paz y ni que hablar si le dramaturgue o el grupo se encuentra en el norte, el litoral o en el sur del país, porque ¿para qué?, si tenemos a les porteñes para enseñarnos. A propósito, ¿qué pasó con la idea de federalismo insertada en todo discurso? ...En fin, todo esto es el trampolín desde el que hoy se producen las nuevas obras y con el que se limita y se traba permanentemente al desarrollo y la creación. ¿Cómo es posible crear con todo ese viento de cola?... Si bien el teatro contemporáneo hoy puede tener lugar en cualquier parte, no existen espacios oficiales (que son los que tienen la capacidad de subvencionar realmente una puesta en escena y ofrecer las herramientas técnicas que ayuden a destrabar los límites forzados en el proceso creativo) adecuados y acondicionados para eso. No existen. Los escenarios oficiales responden a la arquitectura impuesta que se remonta a la pretendida supremacía cultural europea del siglo XIX, es más, leyendo los protocolos elaborados y aún en proceso de aprobación, está claro que también fueron hechos bajo esta idea y dejan afuera la paleta de oportunidades para los grupos independientes. Los espacios alternativos que dentro de estos teatros han sido acondicionados fuera del concepto de escenario a la italiana, ocultos detrás de ese meritorio hecho de crearlos, responden también a ese concepto ideológico siendo dispuestos en algún subsuelo, lugar mínimo o rincón, creando además una estricta separación gracias a la denominación de “experimental” dentro de la oferta de temporada. El arte es siempre experimental, (de lo contrario no diferiría de una receta de cocina), como también siempre es político y siempre es crítico. Lo experimental es el instrumento base de la creación artística y remarco esto, porque con esa obsesión de clasificar y subdividir todo que tenemos, en lugar de difundir y educar esto, creemos ayudar a evitar reclamos del público y confundir menos a la gente llamando centros experimentales a aquellos lugares donde se produce arte contemporáneo, que lejos de ser un aporte termina siendo una especie de filtro donde los espectadores se autoagrupan como rebaño a la entrada, manteniendo imperturbables sus características muy diferentes y los unos no acceden a la experiencia de los otros, lo que sin lugar a dudas dificulta mucho el debate y el crecimiento. Bastaría con que la gente pudiese tener una buena información de la programación que se ofrece y se la dejase decidir su concurrencia a cuál espacio ir pero  no por carteles-estigma que en el fondo son un “prohibido pasar”. Para Jacques Derrida, todo acto de clasificación como de generalización representa un acto de violencia cuyo objetivo es la destrucción de aquello que se clasifica, generaliza o pluraliza. Siguiendo la línea colonialista que arrastramos en nuestra cultura, otra desconsideración para los artistas de teatro es que en la ópera se pagan sueldos muchísimo más altos. Las producciones de ópera son mucho más costosas porque los espacios en los que se montan son por lo general los escenarios grandes y deciden llenarlos a toda costa con “decoraciones” varias y también, claro, porque son muchas más personas las que trabajan en ellas, sí. Pero, respecto de las decoraciones varias, me refiero en particular a las escenografías descomunales y espectaculares (puro efecto) que suplantan puestas escasas de  ideas. (Siempre he dudado de las redundancias presuntuosas  en el teatro  permanentemente combinadas  con una obsesiva ansiedad de eficacia). Lo que hacés como escenógrafe debe ser mejor que el escenario vacío que de por sí ya es muy bueno. Pero, (dives aparte),¿por qué les cantantes, registas y escenógrafes de ópera,  (vestuariste queda claro dada la presencia de coros) cobran muchísimo más que les actores, escenógrafes y directores de teatro?...porque, que les directores, escenógrafes y actores de teatro trabajen en salas más pequeñas, no significa que elles también se achiquen, ni que un concepto espacial se mida por metro cuadrado  o que el trabajo de crear un personaje hablado sea menor o menos importante que uno cantado. En fin…esas tradiciones elitistas más enraizadas que una secuoya gigante… La pandemia ha abierto una puerta que nos sitúa frente al abismo que han cavado todos estos desconocimientos transmitidos y aceptados por generaciones; naturalmente y si queremos, también podemos ver a esa puerta como una chance, porque el teatro es un lugar donde una sociedad se ve a sí misma en relación a sí misma, ahí está nuestra oportunidad. Para nosotros, la cuestión principal es ¿cómo podemos hacer frente a una situación de incertidumbre aún permanente?. Cuanto más tiempo nuestros espacios permanezcan cerrados, (y esto se aplica a todos los lugares posibles más que nada para los artistas independientes que no perciben nada si no trabajan), más se reducen las posibilidades de producción y presentación de obras. De este modo, las posibilidades de ingresos no sólo siguen disminuyendo en la actualidad, sino que también disminuirán en el futuro. Cuanto más tiempo estemos cerrados, menos sentido tiene seguir ensayando porque si después hacemos algo, eso también significa que no podremos hacer algo diferente, algo nuevo, porque la inseguridad  nos aferrará a lo anterior y conocido antes de la catástrofe, y perdemos innecesariamente mucha energía con eso. Mientras bares y restaurantes se abren (y no es posible beber y comer con barbijo salvo que hagas un enchastre), nuestros espacios están cerrados aún cuando el público tendría protección y mantendría la protocolarizada distancia social. Manifiestamente no se nos considera de  importancia y menos que menos nuestra profesión pareciera ser una necesidad social . Obvio. ¿Quién necesita hoy tener una alegría, emocionarse o simplemente distraerse?...Además, los artistas son bohemios,  no se aferran a las cosas materiales ni comen demasiado… 

"El artista del Hambre" de Franz Kafka

"Crisantemi" de Puccini