viernes, 14 de septiembre de 2018

HAMLET EN LA TAE




Este año en la Escuela de Arte y Oficios del Teatro Argentino de La Plata (TAE), se retomó el debate sobre la escenificación de los llamados clásicos universales a través de la obra de William Shakespeare. A los 450 años de su nacimiento se filmó allí “Entropía Shakespeare” (2014). En esa pieza se trabajaron la distorsión y las irrupciones en sus textos para insertarlos en el caos de un clima de tormentas humanas y una ecología contemporánea de devastación. Esta temporada, cuatro años después de aquello, se retomó la propuesta para indagar y profundizar el tema en dos proyectos muy  diferentes entre sí,  estudiando con ellos las posibilidades del teatro clásico en las derivas contemporáneas que la universalidad de sus tragedias ponen en escena. El primer proyecto tomó  “La Tempestad” y se llamó “La Tempestad de Yespir” como un sexto acto de la obra, presentándose en junio pasado en el MEC de Avellaneda,  incursionando en el texto original como tragedia transcolonial americana en una pieza performática  y audiovisual que dio voz a Calibán frente a un Próspero patriarcal, vigilante y dominador. El lenguaje salió del teatro y se transformó con entrecruzamientos que indagaron el modo de construcción y montaje del texto original. Los videos realizados componen una serie de filmaciones independientes entre sí, pero en estrecha relación. (Pueden verse en el canal de YouTube de la TAE.) El segundo proyecto:  Hamlet, que a partir de esta noche y hasta el domingo 23 puede verse en la sala Alejandro Urdapilleta de la TAE, optó por  una puesta escénica clásica, cuenta la historia lineal creada por Shakespeare sin modificación alguna. ¿Qué es entonces lo que pervive de una tragedia sobre la trama relacional del poder y el deseo en nuestros días?. Actores y actrices nos presentan la forma tradicional del habla y el decir de un texto que retorna como el fantasma de la historia. El habla y el decir son siempre parte de la estética. ¿Cuál es la estética de Shakespeare hoy? ¿Es suficiente con la abstracción del espacio o una proyección para alcanzar la contemporaneización de su obra?... Shakespeare aborda como ninguno todos los problemas que eventualmente  y de alguna manera experimentaremos los humanos, el amor, la lealtad, el poder, la traición, el asesinato, la mezquindad, etc., etc., etc.. Y si lo leemos en diferentes momentos, como persona joven, como persona de mediana edad o como persona mayor, descubrimos siempre cosas nuevas, porque nuestro mundo no ha mejorado mucho y cada vez que leemos las noticias del día, vemos que acá y donde sea, sus temas son los temas que continúan sucediendo cuando las personas llegan a su límite. Durante los primeros 100 años después de su muerte, sus obras  fueron consideradas bárbaras, burdas e incomprensibles y después de eso, sus piezas fueron adaptadas y reescritas una y otra vez de acuerdo con la época y hubo finales felices donde en el original no había ninguno hasta que finalmente se lo consideró como hasta hoy, el centro mismo del teatro popular, porque su lenguaje simple, poético e inteligente, llegaba a todas las capas sociales. Sin embargo, a Shakespeare hay que traducirlo y adaptarlo permanentemente, ya no entendemos su inglés y los modismos y expresiones para decir lo mismo hoy son otros, así como los signos y gestualidad de su época nos son incomprensibles o desconocidos, mucho menos comprendemos el significado de su simbología, como el romero y las especias, por ejemplo, que en aquellos tiempos todos los aficionados al teatro sabían que cuando aparecían, la muerte irrumpiría furiosamente trágica en las próximas escenas, generando así expectativa y suspenso en el público cosa que hoy no provoca nada de eso. El teatro era un lugar donde las opiniones, a veces directamente, a veces a través de la escena, podían ser comunicadas a la gente, a TODA la gente. A diferencia de la corte de Europa continental, los teatros en Inglaterra eran visitados por todes. El  Teatro "Globo", para el que el copropietario Shakespeare escribió sus obras, no era un templo de cultura superior. Se trataba de puro entretenimiento mientras se comía, se tomaba y se vendía cerveza y se disfrutaba en voz alta de los efectos y las peleas con espadas en el escenario como hoy lo hacemos en una cancha de fútbol. Una forma de entretenimiento completamente nueva en ese entonces (muy comercial), que atraía a todas las clases sociales y a todas las edades y si insistimos con el perimido término de “cultura popular”, el teatro de Shakespeare lo era en el verdadero significado, porque estaba dirigido a todas, todos y todes, riques o pobres, nobles, plebeyes o descastades, leídes o analfabetes, es decir, el pueblo.
Pese a estos conocimientos de los que dan testimonio numerosos historiadores, en nuestro país la interpretación de las obras de Shakespeare (como de los clásicos en general) resulta ser todavía rarísima en muchos casos y en este caso, y lo más ajeno a les autores que debería ser si se les tuviese en cuenta y prevaleciera su intención y por lo tanto fuese acorde a la escena coetánea. Centrémosnos en el habla. ¿Cómo se habla una obra de Shakespeare? ¿Cómo se dice un clásico hoy?¿Cuál es su estética? Y la pregunta es necesaria, porque el lenguaje de las representaciones fieles a la linealidad de su obra como de todo clásico fue apropiada por nuestra clase “alta” y llamémosla condescendientemente “educada”, quien evidentemente erigió al autor en una especie de la reencarnación de lo “culto” con la idea grotesca  (debido tal vez al impedimento de utilizar el idioma inglés por razones obvias), de imponerle al actor argentino el habla española, algo que al hacerlo, probablemente les dio la inconmensurable sensación de confirmar su superioridad intelectual y su idealizado gen europeo,  diferenciándose de la clase baja y no “culta”, del cabeza digamos, pero para desgracia de estos esclarecidos no estamos en Europa y no estamos en España, y ni siquiera estamos en Perú, en Bolivia o en Ecuador, estamos en Argentina y corre el siglo XXI (y retomamos con esto en este proyecto, el tema de lo transcolonial desde otro punto de vista). La foraneización del lenguaje, es una práctica nacional que aún hoy mantenemos cuando algo nos parece demasiado importante o el protocolo requiere lo que aprendimos a entender por solemnidad, rango y elevación como por ejemplo, la jura de  ministres: “ …juráis desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo para el que habéis sido designado?...”. Une no puede más que preguntarse para qué país están jurando en un idioma que sólo alude al querido rey y sus predecesores colonos…  De hecho, Nini Marshall, actriz argentina, al crear su personaje “Catita”  a principios de los 40s que salió al aire por radio, causó un escándalo, "Catalina Pizzafrola, a sus pieses… Desde hoy, una amiga más", y fue prohibida por la dictadura de  Pedro Pablo Ramírez con el  argumento de que sus personajes, "…deforman el lenguaje, tergiversan el correcto idioma e influyen en el pueblo, que no tiene capacidad de discernir…", así el dictamen del entonces Secretario de Cultura, Gustavo Martínez Zuviría , conocido en las letras argentinas por su apodo de Hugo Wast y sus escritos nacionalista-católicos y antisemitas. Y en la fundamentación de esta prohibición como en la descripción ideologica de su autor, está el por qué de la necesidad de repensar la manera de representar los clásicos aquí y ahora. Naturalemente esta idea de la “fineza literaria”, lo “culto” y la representación en español y no en argentino la llevamos en sangre, porque se nos enseña desde que ingresamos a la escuela y nos acompaña hasta la universidad que eso que aprendemos así debe ser sin decir ni mu y todavía hoy en diferentes teatros estatales se sigue repitiendo la usanza sin el menor cuestionamiento, de la misma manera que algunes artistas y público lo consideran sin más el "verdadero" teatro mientras se escandalizan de la influencia mediática actual sin distinguir ni detenerse a pensar la que padecen en carne propia. Cuando hablamos de formación hablamos del inicio de una larga cadena, el eslabón compuesto por escuelas y universidades que no son nada más ni nada menos que el resultado de una convención política y cultural (por lo tanto también una convención estética y naturalmente ideológica) porque todos esos lugares fueron creados con un único objetivo, el de formar a las generaciones venideras para que puedan funcionar, sostener y mantener luego esas instituciones, es decir que son el resultado de una práctica de hace por lo menos más de una centuria. Esas instituciones no fueron creadas para renovar estructuras, contenidos, propuestas y estética acordes al tiempo. Su objetivo primordial es no ponerlas en duda. Creadas ya en el siglo XIX, período de la supremacía cultural europea sobre  las colonias, aprendemos a no cuestionar qué forman y menos para lo que forman, (ahí es donde debiera comenzar la tan mentada batalla cultural). Son el eslabón inicial de esa inmensa cadena en la que se nos educa para que defendamos y funcionemos política, social y culturalmente como se espera y nos comportemos dentro de lo que se entiende por civilización aunque en algunos aspectos sólo se trate de anquilosamiento y barbarie. Cuando vemos una obra en escena, sea clásica o no, esperamos que nos emocione, queremos que nos conmueva,  que nos esté cerca. Los teatros o los espacios escénicos no son museos de historia o antropología. No vamos a ver una función para comprobar la mayor o menor habilidad de quien interpreta para recitar texto (que hablado en “clásicoargento” lleva a la interpretación de estereotipos, manierismos y declamación difícilmente ineludibles), tampoco vamos para ver la visión local de un castillo danés en telgopor o cartapesta y menos para evaluar la agilidad de movimiento u otra destreza técnica de quien acciona, baila o canta. Vamos para sentir, para entretenernos o incomodarnos, para relajarnos o sacudirnos, para divertirnos o para conmocionarnos o para todo a la vez. En la sala Alejandro Urdapilleta, volvemos a lo aprendido, lo impuesto, la obra comienza con un grupo de actores preparándose para el ensayo, pero con la irrupción del texto, esta idea se corta y no se sigue ni retoma en algún momento; Shakespeare es "culto", sagrado, no se toca.... Continuando el debate iniciado en la TAE surge una nueva pregunta: ¿qué es lo que queremos preservar de los clásicos?...

Hamlet

Hamlet: Fabio Prado
Claudio: Gustavo Sala Espiell
Gertrudis: Elke Aymonino
Polonio: Marcelo Allegro
Ofelia: Valentina Pizarro Mancini
Laertes: Eduardo Spínola
Horacio: Cristian Palacios
Rosencrants y sepulturero 1: Roberto Mono Aceto
Guildenstern y sepulturero 2: Claudio Rodrigo
Reinaldo y Osrick: Nicanor Perón
Cómico: Nora Oneto
Sombra: Fredy Magliaro
Músico 1: Martín Moore
Músico 2: Camila Moore

Dirección: Nicolás Prado
Música: Martín Moore
Espacio: Gonzalo Monzón
Iluminación: Verónica Gómez Toresani y Sebastián Scianca
Visuales: Florencia Alonso
Vestuario: Constanza Gómez
Fotografía/ Gráfica y video: Luciana Demichelis
Asistencia de Espacio Escénico: Annabella Muñoz Candia y Nadia Aguirre Martí
y la colaboración de alumnes de la TAE

Funciones: 14, 15, 16, 20, 21 y 22 de setiembre 20hs; domingo 23 a las 17hs
Bono contribución 100 pesos (las localidades pueden adquirirse  desde dos horas antes de cada función en la secretaría de la TAE. Cupo limitado)
Sala Alejandro Urdapilleta. 1er. Subsuelo. Teatro Argentino de La Plata