Este año en la Escuela
de Arte y Oficios del Teatro Argentino de La Plata (TAE), se retomó el debate
sobre la escenificación de los llamados clásicos universales a través de la
obra de William Shakespeare. A los 450
años de su nacimiento se filmó allí “Entropía Shakespeare” (2014). En esa pieza
se trabajaron la distorsión y las irrupciones en sus textos para insertarlos en
el caos de un clima de tormentas humanas y una ecología contemporánea de
devastación. Esta temporada, cuatro años después de aquello, se retomó la propuesta para indagar y profundizar
el tema en dos proyectos muy diferentes
entre sí, estudiando con ellos las posibilidades
del teatro clásico en las derivas contemporáneas que la universalidad de sus
tragedias ponen en escena. El primer proyecto tomó “La Tempestad” y se llamó “La Tempestad de
Yespir” como un sexto acto de la obra, presentándose en junio pasado en el MEC
de Avellaneda, incursionando en el texto
original como tragedia transcolonial americana en una pieza performática y audiovisual que dio voz a Calibán frente a
un Próspero patriarcal, vigilante y dominador. El lenguaje salió del teatro y
se transformó con entrecruzamientos que indagaron el modo de construcción y
montaje del texto original. Los videos realizados componen una serie de
filmaciones independientes entre sí, pero en estrecha relación. (Pueden verse
en el canal de YouTube de la TAE.) El segundo proyecto: Hamlet, que a partir de esta noche y hasta el
domingo 23 puede verse en la sala Alejandro Urdapilleta de la TAE, optó por una puesta escénica clásica, cuenta la
historia lineal creada por Shakespeare sin modificación alguna. ¿Qué es entonces lo que
pervive de una tragedia sobre la trama relacional del poder y el deseo en nuestros días?. Actores
y actrices nos presentan la forma tradicional del habla y el decir de un texto que retorna como
el fantasma de la historia. El habla y el decir son siempre parte de la estética. ¿Cuál es la estética de Shakespeare hoy? ¿Es suficiente con la abstracción del espacio o una proyección para alcanzar la contemporaneización de su obra?... Shakespeare aborda como ninguno todos
los problemas que eventualmente y de
alguna manera experimentaremos los humanos, el amor, la lealtad, el poder, la
traición, el asesinato, la mezquindad, etc., etc., etc.. Y si lo leemos en
diferentes momentos, como persona joven, como persona de mediana edad o como
persona mayor, descubrimos siempre cosas nuevas, porque nuestro mundo no ha
mejorado mucho y cada vez que leemos las noticias del día, vemos que acá y
donde sea, sus temas son los temas que continúan sucediendo cuando las personas
llegan a su límite. Durante los primeros 100 años después de su muerte, sus
obras fueron consideradas bárbaras,
burdas e incomprensibles y después de eso, sus piezas fueron adaptadas y
reescritas una y otra vez de acuerdo con la época y hubo finales felices donde en
el original no había ninguno hasta que finalmente se lo consideró como hasta
hoy, el centro mismo del teatro popular, porque su lenguaje simple, poético e
inteligente, llegaba a todas las capas sociales. Sin embargo, a Shakespeare hay
que traducirlo y adaptarlo permanentemente, ya no entendemos su inglés y los
modismos y expresiones para decir lo mismo hoy son otros, así como los signos y
gestualidad de su época nos son incomprensibles o desconocidos, mucho menos comprendemos
el significado de su simbología, como el romero y las especias, por ejemplo, que en aquellos tiempos todos los aficionados al
teatro sabían que cuando aparecían, la muerte irrumpiría furiosamente trágica
en las próximas escenas, generando así expectativa y suspenso en el público
cosa que hoy no provoca nada de eso. El teatro era un lugar donde las
opiniones, a veces directamente, a veces a través de la escena, podían ser
comunicadas a la gente, a TODA la gente. A diferencia de la corte de Europa
continental, los teatros en Inglaterra eran visitados por todes. El Teatro "Globo", para el que el
copropietario Shakespeare escribió sus obras, no era un templo de cultura
superior. Se trataba de puro entretenimiento mientras se comía, se tomaba y se
vendía cerveza y se disfrutaba en voz alta de los efectos y las peleas con
espadas en el escenario como hoy lo hacemos en una cancha de fútbol. Una forma
de entretenimiento completamente nueva en ese entonces (muy comercial), que
atraía a todas las clases sociales y a todas las edades y si insistimos con el
perimido término de “cultura popular”, el teatro de Shakespeare lo era en el
verdadero significado, porque estaba dirigido a todas, todos y todes, riques o
pobres, nobles, plebeyes o descastades, leídes o analfabetes, es decir, el
pueblo.
Pese a estos
conocimientos de los que dan testimonio numerosos historiadores, en nuestro
país la interpretación de las obras de Shakespeare (como de los clásicos en
general) resulta ser todavía rarísima en muchos casos y en este caso, y lo más ajeno a les
autores que debería ser si se les tuviese en cuenta y prevaleciera su intención
y por lo tanto fuese acorde a la escena coetánea. Centrémosnos en el habla. ¿Cómo se habla una obra de Shakespeare? ¿Cómo se dice un clásico hoy?¿Cuál es su estética? Y la
pregunta es necesaria, porque el lenguaje de las representaciones fieles a la linealidad de
su obra como de todo clásico fue apropiada por nuestra clase “alta” y
llamémosla condescendientemente “educada”, quien evidentemente erigió al autor en
una especie de la reencarnación de lo “culto” con la idea grotesca (debido tal vez al impedimento de utilizar el idioma
inglés por razones obvias), de imponerle al actor argentino el habla española,
algo que al hacerlo, probablemente les dio la inconmensurable sensación de
confirmar su superioridad intelectual y su idealizado gen europeo, diferenciándose de la clase baja y no “culta”,
del cabeza digamos, pero para desgracia de estos esclarecidos no estamos en
Europa y no estamos en España, y ni siquiera estamos en Perú, en Bolivia o en
Ecuador, estamos en Argentina y corre el siglo XXI (y retomamos con esto en este proyecto, el tema de
lo transcolonial desde otro punto de vista). La foraneización del lenguaje, es
una práctica nacional que aún hoy mantenemos cuando algo nos parece demasiado
importante o el protocolo requiere lo que aprendimos a entender por solemnidad,
rango y elevación como por ejemplo, la jura de ministres: “ …juráis desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo para el que habéis sido designado?...”. Une no puede más que preguntarse para qué país
están jurando en un idioma que sólo alude al querido rey y sus predecesores
colonos… De hecho, Nini Marshall, actriz
argentina, al crear su personaje “Catita” a principios de los 40s que salió al aire por
radio, causó un escándalo, "Catalina Pizzafrola, a sus pieses… Desde hoy,
una amiga más", y fue prohibida por la dictadura de Pedro Pablo Ramírez con el argumento de que sus personajes, "…deforman
el lenguaje, tergiversan el correcto idioma e influyen en el pueblo, que no tiene capacidad de discernir…",
así el dictamen del entonces Secretario de Cultura, Gustavo Martínez Zuviría , conocido
en las letras argentinas por su apodo de Hugo Wast y sus escritos
nacionalista-católicos y antisemitas. Y en la fundamentación de esta prohibición
como en la descripción ideologica de su autor, está el por qué de la necesidad
de repensar la manera de representar los clásicos aquí y ahora. Naturalemente
esta idea de la “fineza literaria”, lo “culto” y la representación en español y
no en argentino la llevamos en sangre, porque se nos enseña desde que
ingresamos a la escuela y nos acompaña hasta la universidad que eso que
aprendemos así debe ser sin decir ni mu y todavía hoy en diferentes teatros
estatales se sigue repitiendo la usanza sin el menor cuestionamiento, de la misma manera que algunes artistas y público lo consideran sin más el "verdadero" teatro mientras se escandalizan de la influencia mediática actual sin distinguir ni detenerse a pensar la que padecen en carne propia. Cuando
hablamos de formación hablamos del inicio de una larga cadena, el eslabón
compuesto por escuelas y universidades que no son nada más ni nada menos que el
resultado de una convención política y cultural (por lo tanto también una
convención estética y naturalmente ideológica) porque todos esos lugares fueron
creados con un único objetivo, el de formar a las generaciones venideras para
que puedan funcionar, sostener y mantener luego esas instituciones, es decir
que son el resultado de una práctica de hace por lo menos más de una centuria.
Esas instituciones no fueron creadas para renovar estructuras, contenidos,
propuestas y estética acordes al tiempo. Su objetivo primordial es no ponerlas
en duda. Creadas ya en el siglo XIX, período de la supremacía cultural europea
sobre las colonias, aprendemos a no
cuestionar qué forman y menos para lo que forman, (ahí es donde debiera comenzar la tan mentada batalla cultural). Son el eslabón inicial de esa
inmensa cadena en la que se nos educa para que defendamos y funcionemos
política, social y culturalmente como se espera y nos comportemos dentro de lo
que se entiende por civilización aunque en algunos aspectos sólo se trate de
anquilosamiento y barbarie. Cuando vemos una obra en escena, sea clásica o no,
esperamos que nos emocione, queremos que nos conmueva, que nos esté cerca. Los teatros o los
espacios escénicos no son museos de historia o antropología. No vamos a ver una función
para comprobar la mayor o menor habilidad de quien interpreta para recitar
texto (que hablado en “clásicoargento” lleva a la interpretación de
estereotipos, manierismos y declamación difícilmente ineludibles), tampoco vamos para ver
la visión local de un castillo danés en telgopor o cartapesta y
menos para evaluar la agilidad de movimiento u otra destreza técnica de quien
acciona, baila o canta. Vamos para sentir, para entretenernos o incomodarnos,
para relajarnos o sacudirnos, para divertirnos o para conmocionarnos o para
todo a la vez. En la sala Alejandro Urdapilleta, volvemos a lo aprendido, lo impuesto, la obra comienza con un grupo de actores preparándose para el ensayo, pero con la irrupción del texto, esta idea se corta y no se sigue ni retoma en algún momento; Shakespeare es "culto", sagrado, no se toca.... Continuando el debate iniciado
en la TAE surge una nueva pregunta: ¿qué es lo que queremos preservar de los
clásicos?...
Hamlet
Hamlet: Fabio Prado
Claudio: Gustavo Sala Espiell
Gertrudis: Elke Aymonino
Polonio: Marcelo Allegro
Ofelia: Valentina Pizarro Mancini
Laertes: Eduardo Spínola
Horacio: Cristian Palacios
Rosencrants y sepulturero 1: Roberto Mono Aceto
Guildenstern y sepulturero 2: Claudio Rodrigo
Reinaldo y Osrick: Nicanor Perón
Cómico: Nora Oneto
Sombra: Fredy Magliaro
Músico 1: Martín Moore
Músico 2: Camila Moore
Dirección: Nicolás Prado
Música: Martín Moore
Espacio: Gonzalo Monzón
Iluminación: Verónica Gómez Toresani y Sebastián Scianca
Visuales: Florencia Alonso
Vestuario: Constanza Gómez
Fotografía/ Gráfica y video: Luciana Demichelis
Asistencia de Espacio Escénico: Annabella Muñoz Candia y Nadia Aguirre Martí
y la colaboración de alumnes de la TAE
Funciones: 14, 15, 16, 20, 21 y 22 de setiembre 20hs; domingo 23 a las 17hs
Bono contribución 100 pesos (las localidades pueden adquirirse desde dos horas antes de cada función en la secretaría de la TAE. Cupo limitado)
Sala Alejandro Urdapilleta. 1er. Subsuelo. Teatro Argentino de La Plata