Máscara para protección contra la peste. Edad Media |
En el año 541, llegaron
a la corte del emperador bizantino Justiniano noticias de una terrible plaga
que había estallado en el sur de su imperio. En los años siguientes, la plaga
se extendió por todo su dominio y mucho más allá. Esta pandemia debilitó su
capacidad económica y militar hasta tal
punto que el emperador tuvo que abandonar sus ambiciosos planes de llevar al
antiguo Imperio Romano a una nueva prosperidad. Incluso él mismo se enfermó,
pero una vez curado se dedicó cada vez más a cuestiones teológicas como ocurre
frecuentemente cuando experimentamos la cercanía de la muerte y el susto nos
puede cualquier convicción. En la Edad Media, las sucesivas apariciones de la
peste diezmaron pueblos y ciudades enteras y les trabajadores del campo y la
construcción (en aquel tiempo la educación era un privilegio de muy poques y
por lo tanto constituían la mayoría de la población), por haberles en demasía se les pagaba mucho
menos que una miseria; mal alimentados y explotados murieron de a miles y al convertirse en minoría, sus salarios se
incrementaron enormemente; esto fue uno de los cambios económicos y obviamente sociales
resultantes de la peste y uno de los primeros pasos hacia el Renacimiento. El
pintor Tiziano, considerado el principal representante de la pintura veneciana
del siglo XVI murió de peste en 1576, su última obra “Pietà” debió ser
finalizada por un discípulo y pese a la plaga que azotaba la ciudad, su fama le
valió poder recibir un sepelio digno a diferencia del resto de sus
conciudadanos. Todo lo contrario ocurrió con Mozart, que pese a todas las
pavadas comerciales que difundió Miloš Forman en la película “Amadeus”, no tuvo
un funeral acorde a su prominencia pero no por pobre y olvidado como pretende
Hollywood, sino debido a las leyes existentes en Austria en 1791, que
intentando evitar contagios, todas las
personas que falleciesen (por peste o no), debían ser sepultadas en solitario,
en tumbas comunitarias y a varios kilómetros de la ciudad. También la
persecución de les judíes recrudeció con la peste de la EM porque por razones
políticas se les acusó de derramar veneno en los ríos, pozos y manantiales y
así ser culpables de la propagación de la enfermedad en Europa y como ya existía
desconfianza y aversión religiosa hacia la población judía frecuentemente
les acusaban de los peores crímenes y de asesinatos rituales. A les “ciudadanes
de bien” les parecía “sospechoso” que algunas familias judías se infectaran más
tarde que el resto ( esto, obviamente debido a sus normas religiosas de alimentación
e higiene) , así fue que se transformaron en los necesarios chivos expiatorios.
La mayoría de las comunidades judías sufrieron entonces persecución, expulsión,
bautismo forzado, tortura y asesinato. Marlow se inspira y escribe “El judío de
Malta” y Shakespeare hace lo suyo con “El mercader de Venecia”, (Venecia se
había convertido en la ciudad en la que durante la peste y para erradicar el
mal fueron confinados obligatoriamente les judíes de Europa, de ahí el trazado
arquitectónico de la ciudad para
aprovechar el poco espacio en función de albergar mucha gente).
Aunque la urgencia nos
destartale la fachada, el mundo ya ha experimentado plagas y pandemias varias a
lo largo de su existencia y sumado a eso nosostres provocamos otras tantas
crisis que desencadenaron el miedo colectivo a lo largo de la historia:
guerras, genocidios, los accidentes de los reactores de Chernobyl y Fukushima,
las torres gemelas, etc., etc., en fin… Obviamente la situación actual visibiliza
con lupa y crueldad todas las injusticias
y desigualdades sociales que hemos creado y perfeccionado a lo largo de
los siglos y esa incomodidad nos moviliza a pura consternación y pánico a desplegar nuestras banderas, desde la
insignia patria hasta la del cuadro de fútbol, no importa, la que sea, porque si de distanciamiento social
se trata, tenemos un montón de variantes en nuestra indefensión. Desde teorías conspirativas hasta
ver quién lo hace mal o peor, qué dicen les vecines, los gobiernos o Trump,
probamos cualquier opción que nos haga sentir bien por el simple hecho de la
comparación o la crítica, ese deporte tan nuestro. Somos “probos”,… probamos
todo lo que nos calme mientras esperamos que el virus diga “Abracadabra” y se
encargue de superar nuestra sordidez, haga la esperada revolución o solucione
todo aquello en lo que no estamos dispuestos a esforzarnos o al menos, que el
Covid-19 nos de una nueva oportunidad para desperdiciar. El aislamiento borra
cualquier careta, ya casi nadie sabe estar sole, consigo misme, ¿qué hacer sin
alcohol, puchos, porros, aspirar líneas
o rodearse de ruido, mucho ruido para evitar como decía Roberto Juarroz,
descubrir “el secreto de no amar lo que amamos”?... El miedo es muy creativo y
desde el encendido de velas, los memes y los aplausos que te conmueven el
espanto hasta la lágrima; llegando a los pensamientos filosóficos de moda, cumplimos
invariablemente en celebrar la vieja
costumbre de sacrificar al cordero y bailar alrededor del fuego. Disfrazades de
solidaries, unides y fraternales afirmamos estar todes sobre un mismo barco,
sí, el Titanic, con sus bien diferenciadas primera, segunda y tercera
clase y los poquísimos botes antes de la desgracia…
Plagas, catástrofes y demás tuvieron siempre consecuencias y provocaron cambios económicos y por lo tanto sociales y culturales pero, nunca, jamás transformaron nuestra esencia. En el fondo, todes somos el Próspero de “La máscara de la muerte roja” de Edgar Allan Poe y como criaturitas aburridas y malcriadas manifestamos en las redes el enorme sacrificio de estar encerrades y queremos volver a la normalidad, la pregunta es ¿Cómo?... ¿a cuál?... evidentemente a la de antes, esa que queríamos modificar.
Plagas, catástrofes y demás tuvieron siempre consecuencias y provocaron cambios económicos y por lo tanto sociales y culturales pero, nunca, jamás transformaron nuestra esencia. En el fondo, todes somos el Próspero de “La máscara de la muerte roja” de Edgar Allan Poe y como criaturitas aburridas y malcriadas manifestamos en las redes el enorme sacrificio de estar encerrades y queremos volver a la normalidad, la pregunta es ¿Cómo?... ¿a cuál?... evidentemente a la de antes, esa que queríamos modificar.
Llendo a la
insignificante parcialidad de nuestra profesión dentro de la tragedia global: ¿Cuánto
tiempo pueden resistir los escenarios que dependen del público que paga?
¿Cuánto tiempo pueden aguantar les colegues que viven de dar clases privadas?
¿Y los grupos de teatro independiente?... Las perspectivas son sombrías porque
con el virus vamos a tener que convivir mucho tiempo, al menos hasta que
aparezca una vacuna. William Faulkner dijo que “el tiempo es la suma de las inteligencias
de todas las personas que respiran en un mismo momento" o algo así. Una de
las tareas del teatro es hacer tangibles esas inteligencias en la actuación y
la transformación de les actores y en el deseo de les espectadores de observar,
pensar y concluir la obra. El recientemente fallecido literato George Steiner
dijo de la escena que es el lugar donde se pueden superar las barreras de la
enajenación: “En el teatro, el hombre es él mismo y su vecino al mismo tiempo.”…
Estamos
sólo al principio de la pandemia y no está nada claro todo lo que perderemos en
el desastre. La sociedad necesita de la creatividad y el arte no tiene sentido sin reflexión
política y social. Sólo de esta tensión pueden surgir cosas nuevas. Esto exige
de aquí en más algo nuevo de quienes pertenecemos a la escena y de la educación
artística a partir de ahora. Porque para hacer frente a la nueva realidad, los
teatros y las instituciones educativas deben revisar, repensar y modernizar las
formas de enseñanza artística, de creación y de producción como de sus propias
organizaciones culturales. La tarea no sólo se centra en las nuevas
condiciones, sino también en el desarrollo y la redefinición del contenido.