“No
sabemos quién descubrió el agua, pero desde luego que no fue el pez”, afirmó
Herbert Marshall McLuhan. Ciertamente y sin
lugar a dudas el último fue el pez… para que la descubriese, el pez debería ser
un investigador, un explorador y un
descubridor; a su vez para practicar esas cualidades, tendría que desprenderse
de sus costumbres y cuestionar todo lo que acepta desde siempre como
inmodificable para poder observar, ver y encontrar nuevamente aquello que ya es
y está, lo rodea y permite su existencia, algo que podría lograr si su
pensamiento le otorgase ver realmente su entorno y si además de ello, dejara de
aceptarlo como único, obvio y cotidiano.
En
“El empresario de Smyrna” de Carlo Goldoni, una docena de actores y cantantes
están sentados en un parador en Venecia esperando la llegada de un director que
ansían los contrate. Venecia, la metrópolis más importante de su tiempo no
existe para ellos, ni siquiera se asoman a la puerta del lugar para mirar al
menos la calle, sólo tienen en cuenta una pequeñísima ventana con vista al mar,
eso es lo único que les importa, porque de ese mar llegará su suerte.
Finalmente, cuando eso ocurre y el hombre aparece como una figura mediática de
la actualidad, no tiene nada que ver con lo que habían imaginado pero les da lo
mismo. Lo único que les interesa es aparentemente “el arte”, pero naturalmente
son sólo e invariablemente ellos mismos. En ese punto comienza a desarrollarse la trama que
resulta hilarante y como en toda comedia, terminamos riéndonos de nuestras
propias relaciones, reacciones, afirmaciones y demás, porque por lo general se
las adjudicamos al prójimo. Cómico es siempre lo irrazonable y que únicamente
puede ser superado a través de la risa aunque más no sea absolutamente
histérica. Lo irrazonable nos resulta gracioso en
escenas cuando sólo las observamos, aunque las más de las veces provoquen en
nosotros el mismo efecto autocrítcio o de análisis que ver en las noticias televisadas una masacre en un
jardín de infantes de un país lejano y destruído. Sólo nos arranca lágrimas la
muerte del gatito propio bajo el sol recalcitrante del patio, no la ajena y
lejana. Lo irrazonable es esa forma ilógica e insensata que igual que el pez practicamos a diario en nuestro cotidiano porque entre otras cosas, irreflexivo
y ridículo también lo es por ejemplo la moda en todas sus espicificidades y variantes con
algunas contadas excepciones en la vestimenta. Las modas, no son otra cosa que
la eliminación de lo distinto y la anulación de toda desviación de las reglas,
conllevando no sólo a un uniformamiento estético, sino a una tácita e implícita
negación de pensamiento.
También
está esa maldita costumbre, casi obsesión diría, por citar a pensadores
(naturalmente de moda los más) y repetirlos como mantras esclarecedoras sin el
menor filtro de análisis. Por otra parte, me sorprende que los pensadores de
moda tan mentados, sean en su mayoría septuagenarios+ (los aún con vida),
cuando el mundo en su velocidad vertiginosa ha dejado muy atrás la realidad de la que
surgieron sus pensamientos y en la que basaron sus teorías y conclusiones.
Desde
Platón se han sucedido diferentes definiciones de arte, porque precisamente, el
arte está directamente unido a la época en la que se lo crea. Hoy, el arte es
una idea que nace de la mirada crítica
con la que el artista interroga al mundo en el que vive, expresada (en la disciplina
que sea), de manera poética, emocional y estética del discurso político, social
y cultural de su hoy .Es por eso, por
ejemplo, que el término o clasificación de “vanguardia” resulta agotado, ya que
en la actualidad, considerar que la obra de un artista está por delante del hoy
es tan incorrecto como si éste atrasase dedicándose al cubismo o el
puntillismo, por ejemplo.
Desde
los medios, lo sabemos ( y simplemente lo consumimos incuestionablemente como a tantos pensadores), se nos dicta cómo
tenemos que vestirnos, qué necesitamos, cuál es el mejor producto, qué tenemos
que pensar, qué color nos gusta, qué tenemos qué comer, qué tenemos que leer,
qué es saludable y qué insalubre, dónde vacacionar, qué lugares visitar, de qué estar en contra o a favor y hasta a quién deberíamos votar; en definitiva se nos dice cómo tenemos que
vivir para no molestar y convertirnos en masa o manada dócil, que resulta lo
mismo cuando se trata de silenciar todo individualismo y análisis propio, una
comodidad zombie que atinamos a señalar generalmente como comunidad, partidismo
o hasta ventaja en las sociedades de este siglo. La inercia y la pereza, jamás tienen que ver con
la creación ni con el arte y nunca son una ventaja, salvo para quienes la
promueven. Parecer, semejar, aparentar y
pertenecer, cuatro verbos que motorizan a gran parte de las sociedades y
aniquilan tácitamente la posibilidad de ser y de crear. En esta alucinación constante en la
que se han convertido el mundo y nuestro cotidiano, estamos dispuestos a
invertir en bitcoins y a vivir por boca de ganso borrándonos gradualmente
hasta la autoextinsión sin necesidad de glifosato, cualquier tipo de atentados o catástrofe natural alguna .
El
arte necesita de lo distinto, del riesgo, de las excepciones y no las
reglas, la investigación, la
exploración, los descubrimientos y las invenciones. El arte necesita de
pensamiento crítico tanto como abstracto y también de inseguridad, no hay fórmulas que lo faciliten o simplifiquen. ¿Qué es hoy
lo que queremos indagar o incursionar tanto hacedores como público y "en vivo" de la realidad, en un mundo en el
que los medios manipulan nuestras emociones como si se tratasen de valores
accionarios?...